Kikuchi Kazuko es una instructora de 90 años!! Tiene un aclamado método de gimnasia para mantenerse sano y joven que parte de dos premisas: “sin ponerse fuerte” (kitaenai) y “sin esfuerzo” (gambaranai). Instruye a sus clientes para llevar una vida que les permita envejecer con elegancia cuidándose físicamente.
Un método de “gimnasia para vivir” madurado a lo largo de medio siglo
De pie, muestra un porte extraordinario. Un eje que se extiende desde la planta de los pies hasta la coronilla la mantiene perfectamente erguida y estable. La postura es la forma de los elementos que componen a la persona, el reflejo de su energía vital, por lo que no engaña. Cuando la mujer empieza a caminar, el aire que la rodea se tensa y las ondas que emite se propagan a su alrededor.
“Hay que contraer la pelvis con los glúteos y estirar bien la columna, que está en medio. Así nos desplazamos sosteniendo y levantando todo el cuerpo. El cuerpo entero está conectado con el cerebro”.
El bienestar de estirar todo el cuerpo transmite un aura imponente.
Kikuchi Kazuko tiene 90 años. Nunca pensó que el método de gimnasia que lleva su apellido llegaría a difundirse tanto. En una época en que nuevos métodos de ejercicio aparecen y se esfuman al compás de incontables modas para cuidar la salud, Kikuchi acabó siendo instructora de su propio estudio y de centros culturales en Tokio y Kanagawa, saliendo en televisión, ofreciendo entrevistas en la prensa e impartiendo conferencias.
Su energía, porte, voz y palabras han infundido valor a muchísimas personas, que le han confiado sus sueños y esperanzas. ¿En qué consiste esa “gimnasia para vivir” que predica con su método?
¿Hay que darse la mano con el pie?
El método de gimnasia Kikuchi otorga importancia a la unión de los dedos de las manos y de los pies, a los que no solemos prestar atención en el día a día: “¿Os descuidáis los dedos de los pies? Los dedos, tanto de las manos como de los pies, están repletos hasta las puntas de venas muy delgadas. Hay que fortalecerlos moviéndolos, conectándolos con el cerebro y asegurándonos de no dejar ninguno desatendido. El objetivo es seguir andando hasta el final, aunque el cuerpo se nos debilite con los años”.
Entrelazando los dedos de la mano izquierda con los del pie derecho. La clave es meter bien profundamente los dedos de la mano hasta que toquen la base de la unión de los dedos de los pies.
Diagrama de capilares de la mano y del pie. Los capilares se van ramificando como árboles cubriendo densamente los dedos hasta la punta.
El ejercicio consiste en meter los dedos de la mano entre los del pie del lado contrario y estrujarlos bien entre ellos. La interacción entre mano y pie resulta curiosamente agradable.
Luego hay que rotar los tobillos dibujando círculos bien grandes para que las articulaciones se despierten. En el estudio resuenan siempre las instrucciones de estos giros de las articulaciones con una entonación especial: “Uu-noo, doo-os, tree-es, cuaa-troo, ciin-coo…”. Es la “orquesta Kikuchi”, que anima a todo el personal.
Una buena postura permite que los órganos funcionen bien
“Si nos remontamos a los orígenes, no somos más que un óvulo fertilizado”, afirma Kikuchi. “A partir de ese óvulo, se crea un organismo muy complejo. Somos un milagro. Nuestro cuerpo es único en el universo. Por eso debemos amarlo hasta el final de la vida y, cuando se encalla en algún punto, moverlo conscientemente y con cuidado. Ese es el objetivo del método de gimnasia Kikuchi”.
No es solo estirar el cuerpo o reforzar los músculos. Se trata de entender cómo funciona el organismo, mover los huesos y músculos que queremos utilizar conscientemente con el cerebro y reparar los puntos del cuerpo debilitados sirviéndonos de nuestra propia fuerza. El método Kikuchi plantea el organismo como un microcosmos y pretende extender la conciencia hasta cada uno de sus rincones. Todas las ideas preconcebidas que uno albergaba sobre el término gimnasia se esfuman.
La hija mayor de Kikuchi, Ōta Nobuko, que también trabaja como instructora de gimnasia, se puso un mono con un estampado de la anatomía interna del cuerpo humano y demostró cómo cambia la posición de los órganos con la postura.
El mono con el estampado del interior del cuerpo permite comprender de manera práctica la relación entre huesos, músculos y órganos.
La foto de abajo a la izquierda muestra una persona de nuestra época sentada en la silla, sumida en el trabajo. Sorprende comprobar cómo la columna se curva hacia delante y los órganos quedan incómodamente apretujados. La foto de la derecha ilustra cómo, al estirar la columna poniendo consciencia en el cuerpo, la presión se libera.
Nuestro cuerpo puede cambiar mucho si coordinamos el universo de los órganos con el cerebro.
El origen del método de gimnasia Kikuchi
Kikuchi nació en 1934 en el distrito de Senboku (actual ciudad de Daisen) de la prefectura de Akita. A los 2 años sufrió quemaduras graves en la mano derecha cuando intentó recuperar un trapo que se le había caído al fuego. Le separaron los dedos que se le habían quedado pegados, uno a uno, pero sufrió mucho con las secuelas. Las uñas se le quedaron negras y los niños del colegio le decían que daba asco.
El año después de que terminara la Segunda Guerra Mundial, ingresó en un instituto de bachillerato femenino que tenía un club de pingpong muy potente. Se unió al club con toda la ilusión, pero vio que no podía sostener bien la pala. Pasó horas y horas practicando con una pelota colgada del dintel de la puerta de casa. Afirma que esa experiencia de conectar conscientemente la sensación de cada dedo con el cerebro fue el origen de su método.
Años después, se graduó en la Universidad Femenina de Educación Física de Japón y se hizo profesora de secundaria. Sin embargo, vio que no se sentía cómoda con aquel enfoque de la educación física que priorizaba la habilidad deportiva o la estética en lugar de la verdadera finalidad del ejercicio, que es cultivar el cuerpo. Dejó de trabajar después de casarse y ser madre.
Las vecinas del complejo de vivienda pública donde habitaba le pidieron que les enseñara a hacer gimnasia y empezó a dar clase en la sala de reunión del barrio. Aquello fue hace casi 55 años, en una época en que era impensable que las amas de casa practicaran gimnasia, por lo que las clases se daban a escondidas, con las cortinas cerradas.
Kikuchi cuenta que, en aquella época, cuando explicaba por qué era necesario cada movimiento de su gimnasia haciendo referencia a un atlas de anatomía humana, todas las alumnas decían que les daba asco o miedo. Con todo, su gimnasia adquirió buena reputación por lo efectiva que resultaba para mantener la salud y el Comité Educativo Municipal de Yokohama la invitó a impartir clases para los residentes. Llegados los años ochenta, se requería poner nombre a los métodos de gimnasia, así que Kikuchi bautizó al suyo con su apellido.
A sus 90 años, Kikuchi conserva una piel de una blancura casi transparente.
La motivación de ejercitarse en grupo
Kikuchi sigue impartiendo clases de hora y cuarto en su estudio de Kawasaki, donde cada semana acuden cerca de 50 personas; la mayoría, mujeres de edad mediana y avanzada. El ambiente se tensa en el instante en que aparece en la sala, vestida con mallas negras y camiseta cruzada roja. La instructora se mueve y habla desde ese momento en que entra por la puerta hasta que se acaba la clase, sin descansar. Parece que hasta los modelos de anatomía de los huesos y los músculos la escuchan con toda la atención.
La clase empieza concentrando el ki (energía vital) de todos los participantes.
La gimnasia Kikuchi va siempre acompañada de los modelos anatómicos de los huesos y los músculos.
Kikuchi hablando con Sadotomo Yoriko. La instructora sabe cómo se encuentran sus alumnos veteranos solo con verles la cara.
“Cuando empecé, no podía ni acabar de cruzar los pasos de peatones antes de que cambiara el semáforo. Iba siempre con la nitroglicerina a cuestas porque tengo una angina de pecho. Pero, con dos o tres clases por semana, he adquirido tanta vitalidad que me parece mentira lo débil que estaba antes. He llegado a estas edades porque sé cómo curarme yo misma cuando tengo algún problema de salud. Lo que dice la profesora antes de cada clase siempre me conmueve y me motiva a seguirme esforzando”, cuenta con emoción Sadotomo Yoriko, una ama de casa de 82 años que lleva 17 como alumna de Kikuchi.
Kikuchi va dando instrucciones a los alumnos y se mueve durante toda la clase. Supervisa los movimientos de todos los asistentes, uno por uno.
Una presencia que salva
Observando la clase en directo, pienso en el gran impacto que supone tener delante el imponente ejemplo de una persona tan vigorosa como Kikuchi. Nada ejerce un mayor poder de persuasión sobre los alumnos. La fuerza de la presencia del grandioso ki de la profesora es lo que estimula a cada uno de los asistentes.
Entrevisté a uno de los pocos hombres que participan en la clase, Kawamoto Ki’ichi, ingeniero de telecomunicaciones jubilado de 83 años, y no pude evitar que se me escapara la risa cuando dijo: “Nos tiene perfectamente calados a cada uno. Su ki es impresionante. La verdad es que da miedo. Todas las semanas me machaca y yo me quejo”. A pesar de sus declaraciones, lleva siete años entrenando con Kikuchi.
Kawamoto explica que primero se lesionó la rodilla jugando al tenis y luego sufrió una hernia que se le agravó y lo obligó a operarse de la cadera. El método de gimnasia Kikuchi le ha ayudado a recuperarse de la rodilla, fortalecer las piernas y paliar el problema de micción frecuente, por lo que se siente afortunado de poder compartir el tiempo y el espacio con la profesora. Se podría decir que la de Kikuchi es una “presencia que salva”.
Los movimientos juveniles de Kawamoto Ki’ichi no parecen propios de sus 83 años.
Kikuchi insufla ki con todo el cuerpo a las personas que se sienten débiles o perdidas.
Fotografía conmemorativa después de la clase. El cuerpo revive y emana una nueva energía.
El círculo de la vida
Kikuchi nos enseñó un ejercicio en cadena que hace “de vez en cuando” y que consistía en entrelazar manos y pies con otras personas. Yo no lo había visto nunca y me pareció muy extraño.
Se empezaba en parejas, entrecruzando los dedos de los pies para sentir al compañero. Con ello captaban qué tipo de pies tenía la otra persona y notaban cómo intercambiaban energía entre ella. Luego entrecruzaban los dedos de las manos. Les nacía una sonrisa de forma natural. Así iban conectando los brazos, el cuello y la musculatura abdominal.
Ejercicio de entrelazar manos y pies empieza por parejas. Es importante notar al compañero.
Luego probaron el ejercicio en grupos de cuatro personas. Entrelazaron los dedos de las manos y los pies, y empezaron a formar bonitos círculos. Yo me quedé enfrascado captándolo todo con la cámara.
Al unirse unos con otros, todos sonríen y vuelven a la infancia.
Presenciando cómo las cuatro personas que tenía delante fundían su yo, empezaban a formar un círculo e iban creando un único organismo vivo, me invadió una emoción que me estimulaba inconscientemente. Mi propio cuerpo vibraba con el círculo. Deseé de todo corazón que las personas de todo el mundo pudieran entrelazar las manos y los pies unos con otros de aquel modo.
Un instante de felicidad en que el individuo es uno mismo y a la vez no lo es, en que no sabe dónde acaba él y dónde empieza el otro. Darse cuenta de que todos estamos conectados. La explosión del espíritu infantil que yace latente en lo más profundo de nuestro interior. Lo que el método de gimnasia Kikuchi viene cultivando durante medio siglo debe de ser esa sensación que hemos perdido en mayor medida que ninguna. Nuestro cuerpo rebosa esperanza.
Fotografías y texto: Ōnishi Naruaki.
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