By Rodrigo Rivero Lake
El encuentro y la unión del hombre con el caballo está perdido en la historia, desde los míticos centauros, durante el desarrollo de las civilizaciones tanto europeas como asiáticas, y posteriormente a su llegada -de la mano de los conquistadores españoles- a nuestra América.
El hombre ha cabalgado su caballo conforme a su evolución por toda la historia, en ella se ve como va refinando la técnica de montar y como van apareciendo todos los implementos para hacerlo más fácil y cómodo. Aparecerán las sillas o monturas con todos sus implementos y, poco a poco -conforme los usos y modas-, irán cambiando de apariencia. Para el siglo cuarto, el zénit del imperio romano, empezamos a ver la llegada de unos ligeros estribos tejidos, ya que los jinetes adquirían enfermedades y fuertes dolores en las piernas por tenerlas colgadas. Al montar en esta forma denominada estradiota, se producían enfermedades de las cuales ya hablaban Hipócrates y el célebre Galeano.
En el maravilloso libro Hierros Forjados, de Antonio Cortés y publicado por la Secretaría de Educación Pública (México, 1935), se lee lo siguiente “A los de la época romana siguieron en su desarrollo los más variados tipos, pasando por los Carlo-Vingios de suspensión excéntrica, cuyo mecanismo tiene la tendencia a retroceder, con el objeto de que el jinete no pierda los estribos, por los triangulares, por los alemanes de óvalo suspendido según su eje menor, usados en el norte de Europa, y reinos cristianos de España, seguidos por los originalísimos árabes del siglo XII, de grandes dimensiones”. Sobre estos nos dice Viollet Le Duc: “Los árabes usaban estribos de forma completamente distinta y sumamente original: presentaban en su parte superior un plano rectangular ricamente ornamentado y de él arrancan dos placas de hierro. Los estribos de esta forma miden unos 45 cm de altura por 30 de ancho, abundan poco y tienen el diseño de una cruz”. Hasta la fecha no sabemos cómo fueron llevados a España, ni si es que fueron ideados por las ricas cortes de los primeros refinadísimos musulmanes que llegaron a esas tierras, fundando ciudades tan maravillosa como Medina Azahara.
La entrada del caballo a nuestro país fue con la llegada de los ejércitos de nuestro querido conquistador don Hernán Cortés en 1519; siempre recordaremos de las maravillosas Crónicas de la conquista de México el pasaje del caballo en las costas mexicanas, el cual se quedó rezagado y fue venerado hasta después de su muerte, inclusive embalsamado como un Dios, como un teutle. Imborrable la escena de la cabeza tanto de los caballos como de los conquistadores puestas en pica, sacrificados y degollados conjuntamente en Tenochtitlán por no saber los aztecas quiénes eran verdaderamente los dioses, si el caballo o el caballero, dónde empezaba uno y dónde acababa el otro. Sí estudiamos el códice de Tlaxcala y otros documentos gráficos, veremos a los conquistadores con estribos en sus monturas, pero nunca con los llamados de Cruz, sino con estribos cortos de amplio descanso como los que podemos apreciar en el estupendo retrato ecuestre de Carlos Quinto de Tiziano, representado en la batalla de Mumblerg y que se encuentra en el maravilloso Museo del Prado.
La teoría de Antonio Cortés resulta bastante lógica en lo que respecta a la llegada de este tipo de estribos de cruz a la Nueva España, la cual se planteó como un revivir de la moda árabe del siglo XII. El autor nos dice “Es de presumirse que al decaer el uso de dichos estribos entre los árabes y abandonada su moda por los españoles que suponemos la usaron, fueron algunos de dichos ejemplares a parar en mercados de viejo en donde se les importó a la Nueva España en una época en que todo se traía de allá, particularmente el hierro”. Así vemos pinturas que nos describen el afamado mercado del Parián, en la parte central de la Plaza Mayor de la Ciudad de México, donde se vendían las mercancías –necesarias o superfluas- que escaseaban en estas tierras. Muchos objetos de fierro eran vendidos allí, es por eso que son documentos importantes las pinturas sobre las plazas y tianguis mexicanos – principalmente este famoso mercado del Parián- pues nos muestran contundentemente, como si de una fotografía se tratara, la venta y el uso de los estribos de Cruz durante la primera mitad del siglo XVIII.
Uno de estos casos es la pintura sobre la Plaza Mayor de México, donde se ve la entrada del virrey Marqués de Croix en 1767 cabalgando del palacio a la catedral. Numerosos jinetes y civiles le acompañaban, todos aparecen montados a la usanza estradiota, la cual permite el uso de estos exóticos estribos, ya que es con las piernas estiradas y permite que los laterales de los estribos libren los cuerpos de los caballos.
Castillos nos relata la manufactura de unas estribelas, las cuales se pueden considerar de este tipo de estribos de Cruz, mandados a hacer por Pedro Alvarado, en Tutepeque, en oro. Posteriormente para el virrey Conde de Monterrey, en acta de Cabildo de 1595 se le mandó hacer una montura de seda negra, bordada en plata a la estradiota, usando seguramente este tipo de estribos de plata.
Hay un sin número de cualidades y tamaños en este tipo de estribos llamados de Cruz. Han llegado a mis manos en tan diversas cualidades, tanto en forja, tamaño y diseño, que podemos tener en claro que no sólo la clase pudiente los usaba, sino que fue orgullosamente portado por toda la población novohispana en nuestro querido México. Conozco inclusive un par de ellos, en la colección de Iturbide, en bronce y de gran tamaño; eso sí, no he visto en ninguna parte de las Américas, el uso de ellos. Presentan también muchos de ellos una inicial de M coronada con la O pequeña que son típicas de las marcas de ceca de México, inicialmente M.R. entrelazadas y varias más, que merecen un estudio más profundo sobre las marcas y los forjadores.
El trabajo de su decoración es una mezcla muy interesante de animales y diseños florales diversos que muestran el origen árabe mezclado con varios animales de influencia exclusivamente prehispánica. Son recortados en sus bordes y decoración. En la forja están grabados a cincel, o mejor dicho esculpidos en bajorrelieve.
Para un neófito estas piezas deben ser desconcertantes, pero son, nuevamente una de las tantas excentricidades que hacen destacar el arte mexicano como uno de los más interesantes del mundo.
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